El señor Lewis había
estado recibiendo llamadas toda la mañana. Muchas de ellas
referentes a la muerte del señor Lamont. Aunque esta muerte también
había sido declarada como natural por los servicios de emergencia,
el hotel Pilgrim había amanecido con varios huéspedes menos, a
nadie le gusta dormir en el mismo lugar en el que ha muerto alguien.
Ya era mala suerte una
muerte, la cual si había podido tapar al público al haber sido en
un acto privado, pero esta segunda muerte era prácticamente
imposible de ocultar, aunque pudiese volver a convencer a los medios
de comunicación de que no publicasen nada, los huéspedes que habían
estado alojados durante el fatídico incidente contarían a sus
familiares y amigos lo pasado y seguramente algunos exagerarían la
historia.
El señor Lewis había
comenzado los preparativos para un periodo de disminución de
inscripciones, por lo que tendría que despedir a algunos de sus
trabajadores lo cuál no solía agradarle demasiado.
Mientras estaba preparando
algunas cartas para informar a los desafortunados de su baja en la
plantilla del hotel, el teléfono del despacho comenzó a sonar.
Terminó de firmar los pocos documentos que le quedaban antes de
responder.
Al otro lado de la línea
se encontraba el señor Jenkins, el cual pretendía cerrar el hotel
durante una semana para celebrar una reunión empresarial.
Seguramente ese fuese el empujón que necesitaba el hotel ahora
mismo, si permanecía cerrado una semana y sin ningún incidente la
mayoría de la gente se olvidaría de la reciente muerte.
Tras colgar, el señor
Lewis rompió las cartas de despido que había estado preparando y
dejó un mensaje de reunión a todos sus empleados. Bajó
personalmente a la recepción para avisar de que no aceptasen mas
registros de los que ya habían sido programados. El hotel debía
quedar vacío en dos semanas.
A los cinco días, cuando
a penas quedaban huéspedes, el señor Lewis reunió a todo el
personal para informarles del cierre y dar instrucciones precisas de
actuación durante la semana en la que los empleados del señor
Jenkins permaneciesen en el hotel así como las preparaciones previas
a la llegada y a la recepción de los empleados. El asistente del
señor Jenkins había dejado una lista de sus empleados, de esta
forma, al llegar cada uno podría asignarseles una habitación solo
con que pasasen su dedo por el escáner.
Tras dejar a todo el
equipo preparando el hotel, el señor Lewis volvió a su despacho a
descubrir aliviado que ningún medio de comunicación había
mencionado su hotel en las noticias relacionadas con la muerte del
señor Lamont.