El hotel Pilgrim había vuelto a su
rutina habitual tras la muerte de la señora Ward, la cual había
sido resuelta como muerte natural. El señor Lewis, el actual gerente
del hotel, se había encargado de que el hecho repercutiese lo menos
posible en los medios de comunicación ya que una muerte en su hotel,
aunque hubiese sido por causas naturales, podría perjudicar el
negocio.
Aquella mañana la afluencia en el
hotel era la normal. Los huéspedes se repartían por las salas de uso
común, ya fuese leyendo la prensa, charlando o desayunando en la
cafetería.
Los nuevos huéspedes se registraban en
la recepción y los botones, humanos y robots, subían las maletas a
las respectivas habitaciones.
En su despacho, el señor Lewis acababa
de recibir una llamada, un importante huésped, el señor Lamont,
dueño de varios de los casinos más importantes del planeta y alguno
fuera de este. El señor Lamont había hecho fortuna cuando, por
accidente, encontró en un exoplaneta una beta llena de diamantes e
invirtió en el negocio del vicio. El señor Lewis tenía por
costumbre recibir personalmente a sus huéspedes más destacados como
muestra de respeto.
El señor Lamont venía solo, había
decidido tomarse un tiempo de descanso y no había mejor lugar que el
hotel Pilgrim. Era un señor mayor, encorvado por la edad, con la
totalidad de su pelo blanco. Sus herederos esperaban a que se
jubilase para hacerse cargo de sus negocios, pero este no tenia
ninguna intención de hacerlo.
El señor Lewis le esperaba en
recepción, le saludó amablemente y le indicó su habitación. Por
lo general, el hotel tenía guardados los datos de los clientes más
importantes que ya habían pasado antes por el hotel, de esta forma a
su vuelta, porque siempre volvían, no perdían el tiempo con el
registro.
Se llevaron todas las pertenencias a la
habitación del señor Lamont mientras este, se disponía a saludar a
un conocido que había visto en el hall principal.
Hacia la tarde, en los jardines del
hotel, se escuchó un fuerte grito de mujer. Varios de los huéspedes
que se hallaban paseando por el recinto corrieron al foco del grito a
ver que había ocurrido.
En la oficina del señor Lewis,
llamaron al teléfono, este respondió rápidamente, como de costumbre
y tras unos segundos dejó caer el aparato y salió corriendo por la
puerta.
En los jardines, bajo las hojas de un
sauce llorón, se hallaba el cuerpo sin vida del señor Lamont.